A finales de febrero concluyeron los Juegos Olímpicos de Sochi (Rusia). Eran los llamados Juegos Olímpicos de invierno, en los que se compite hasta en quince modalidades deportivas, desde el clásico descenso de esquí (slalom) hasta nuevas disciplinas como el half-pipe, que es algo así como hacer acrobacias en una estructura en forma de “u” (medio tubo) con una tabla que se desliza por la nieve.
Me llamó la atención en la ceremonia de inauguración ver el contraste entre los países de larga tradición en los juegos de invierno con una gran representación, como Noruega, Canadá o Austria, y países con muy pocos competidores, como Jamaica. Representando a este cálido país caribeño desfilaban cuatro deportistas, y los cuatro competirían en la disciplina del denominado bobsleigh, que consiste en conducir sobre una pista de hielo un sofisticado trineo que alcanza velocidades por encima de los 100 km/h. Los cuatro deportistas van sentados uno tras otro dentro del bobsleigh.
Este hecho me trajo a la memoria una película de Disney, Elegidos para el triunfo (en inglés Cool runnings), basada en hechos reales, que relata cómo cuatro jamaicanos, luchando contra viento y marea (tal vez haya que decir contra frío y nieve), consiguen su sueño de llegar a ser olímpicos precisamente en la disciplina de bobsleigh. Lo logran en los juegos de Calgary (Canadá) en 1988, donde se ganan el respeto del público pese a quedar en último lugar.
Desde entonces, los jamaicanos han faltado a pocas citas olímpicas de invierno.
En 1994 consiguieron su mejor posición: puesto 14, por delante de Estados Unidos, Rusia, Francia y Suecia .
Más allá de la película, que por cierto es muy recomendable, me puse a pensar en estos deportistas que consiguen sus sueños en disciplinas con poca o nula tradición en sus países, bien sea porque el clima de su tierra no ayuda a su anhelo (¡ya me dirán cuándo nieva en Jamaica!) o bien porque simplemente no hay afición y, por tanto, recursos a su alcance. Al límite entre la excentricidad y la heroicidad, estos deportistas merecen todos mis respetos.
Como los cuatro jamaicanos hay más ejemplos. Me viene a la mente el nadador de Guinea Ecuatorial Moussambani. En un mundo, el de la natación, dominado por la raza blanca, Moussambani se clasificó para los juegos de Sidney 2000. Allí hizo el doble de tiempo que sus rivales, pero el público le brindó un cálido aplauso. Él comentó que la piscina más grande en la que había entrenado era de 20 metros. En las olimpiadas se compite en piscinas de 50 metros. En su país le consideran un héroe.
En algunos casos los resultados son mejores y eso produce que se despierte cierta afición en un país en el que tal vez nunca se habían interesado por algunas disciplinas.
Recientemente, y también en los Juegos Olímpicos de Sochi, Javier Fernández quedó cuarto en patinaje artístico, tras haber sido campeón de Europa. Gracias a él, los medios de nuestro país han mostrado su interés en esta disciplina que está en la frontera entre el deporte y el arte. Y quién sabe, tal vez siguiendo su ejemplo aparezcan grandes patinadores en España. El tiempo (no el meteorológico) lo dirá.
Sebas Revuelta – sebastianrevuelta@gmail.com